¡Valiente cobarde! Traducción creativa como único estilo de traducción

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Las caritas de cualquier guiri ante las expresiones que usamos en español son un poema. Y lo sabemos porque todos en algún momento hemos sido guiris. Es ponerte a aprender un idioma y darte de bruces con palabras combinadas de tal manera que te hacen la vida imposible. Pero el español, probablemente por ambas su riqueza léxica y dificultad gramatical,  nos da ejemplos de ello todo el tiempo. Echemos un vistazo a la frase tan cotidiana “no tengo nada que ver”: lejos de significar que el sujeto que habla se encuentra en el vacío sin nada a lo que mirar, quiere decir que hay algún asunto con el que él no tiene relación. Cinco palabras que si traducimos literalmente, no aportan nada. Necesitan que el traductor les dé forma. Y no sólo se trata de moldearlas, sino de hacerlo con creatividad y salero -otro término interesante para explicarle a un aprendiz del idioma- de darle vida a palabras que de por sí, son inanimadas. No sólo se puede tener creatividad en la traducción, sino que se necesita tenerla. El traductor debe ser capaz de darle musicalidad a frases y coherencia a un texto. Debe ser exacto en sus traducciones y saleroso, una vez más, en sus interpretaciones.  Por ejemplo, el salero es ese dinamismo, esa inquietud, esas horas de creación alrededor de un término hasta que das con el matiz adecuado y consigues que una persona de otro origen, cultura e idioma consiga entender. Y a veces hay que conformarse con acercarse en un 95% al término, porque encontrar su equivalente en el otro idioma sería imposible. Tal y como Burgess dijo, la traducción no es sólo una cuestión de palabras; es una cuestión de hacer inteligible una cultura. Por eso quizá, para hacerle comprender a un angloparlante el término “salero”, habría que traérselo un año a Andalucía. Podríamos hablarle de charm, de vivacity, y empezaría a tener pistas. Pero probablemente a esos dos términos les faltan horas de sol y por eso no llegan a tener la chispa que irradia el significado del término “salero”. Es ahí donde entran el talento del traductor y esa traducción creativa que suple el no poder trasladar al angloparlante al lugar de origen del concepto para que lo entienda al 100%. En el título que encabeza este artículo vemos otro ejemplo interesante. ¿En qué momento el término “valiente” deja de ser un adjetivo para convertirse en un concepto difícil de encasillar en cualquier categoría gramatical? Es algo a medio camino entre un adverbio de cantidad y una interjección. En cualquier caso, duplica la fuerza de la palabra que le sigue, que para colmo es su antónimo. Inclasificable. E insustituible. Me parece el más divertido de los usos de “valiente”, y por supuesto el ejemplo más paradójico, mucho más que “valiente sinvergüenza” o "valiente despropósito". Así, bajo la mirada atenta y detallista del traductor debe ir siempre la idea fija de transmitir con cada frase un poco de la cultura del idioma de origen. Y eso sólo se consigue con dos pilares fundamentales: una creatividad arrolladora y un profundo conocimiento de ambos idiomas, el de origen y el de salida de la traducción.  Al fin y al cabo, la máxima del traductor debe ser exportar ideas con la mayor pureza posible. Si no, su labor pierde sentido. bannerpost

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